Rimas de Gustavo Adolfo Becker

¿Más {poesía}?
Como se arranca el hierro de una herida su amor de las entrañas me arranqué, aunque sentí al hacerlo que la vida me arrancaba con él! . Del altar que le alcé en el alma mía la Voluntad su imagen arrojó, y la luz de la fe que en ella ardía ante el ara desierta se apagó. Aún turbando en la noche el firme empeño vive en la idea la visión tenaz... ¡Cuándo podré dormir con ese sueño en que acaba el soñar! . . Yo me he asomado a las profundas simas de la tierra y del cielo, y les he visto el fin o con los ojos o con el pensamiento. . Mas, ¡ay!, de un corazón llegué al abismo y me incliné un momento, y mi alma y mis ojos se turbaron. ¡Tan hondo era y tan negro! . En la clave del arco ruinoso cuyas piedras el tiempo enrojeció, obra de un cincel rudo campeaba el gótico blasón. . Penacho de su yelmo de granito, la yedra que colgaba en derredor daba sombra al escudo en que una mano tenía un corazón. . A contemplarle en la desierta plaza nos paramos los dos. Y, ése, me dijo, es el cabal emblema de mi constante amor. . ¡Ay!, y es verdad lo que me dijo entonces: Verdad que el corazón lo llevará en la mano..., en cualquier parte.... pero en el pecho no. . . ¡Los suspiros son aire y van al aire! ¡Las lágrimas son agua y van al mar! Dime, mujer: cuando el amor se olvida, ¿sabes tú a dónde va? . . Primera voz . Las ondas tienen vaga armonía, Las violetas suave olor, brumas de plata la noche fría, luz y oro el día, yo algo mejor; ¡yo tengo Amor! . Segunda voz . Aura de aplausos, nube radiosa, ola de envidia que besa el pie. Isla de sueños donde reposa el alma ansiosa. ¡Dulce embriaguez la Gloria es! . Tercera voz . Ascua encendida es el tesoro, sombra que huye la vanidad. Todo es mentira: la gloria, el oro. Lo que yo adoro sólo es verdad; ¡la Libertad! . Así los barqueros pasaban cantando la eterna canción y al golpe del remo saltaba la espuma y heríala el sol. . ¿Te embarcas?, gritaban, y yo sonriendo les dije al pasar: Yo ya me he embarcado; por señas que aún tengo la ropa en la playa tendida a secar. . . Fatigada del baile, encendido el color, breve el aliento, apoyada en mi brazo del salón se detuvo en un extremo. . Entre la leve gasa que levantaba el palpitante seno, una flor se mecía en compasado y dulce movimiento. . Como en cuna de nácar que empuja el mar y que acaricia el céfiro, dormir parecía al blando arrullo de sus labios entreabiertos. . ¡Oh!, ¡quién así, pensaba, dejar pudiera deslizarse el tiempo! ¡Oh!, si las flores duermen, qué dulcísimo sueño! . . Voy contra mi interés al confesarlo; no obstante, amada mía, pienso cual tú que una oda solo es buena de un billete del banco al dorso escrita. No faltará algún necio que al oírlo se haga cruces y diga: Mujer al fin del siglo diez y nueve material y prosaica... ¡Boberías! ¡Voces que hacen correr cuatro poetas que en invierno se embozan con la lira! ¡Ladridos de los perros a la luna! Tú sabes y yo se que en esta vida, con genio es muy contado el que la escribe, y con oro cualquiera hace poesía. . . ¿Quieres que de ese néctar delicioso no te amargue la hez? Pues aspírale, acércale a tus labios y déjale después. . ¿Quieres que conservemos una dulce memoria de este amor? Pues amémonos hoy mucho y mañana ¡digámonos, adiós! . . Entre el discorde estruendo de la orgía acarició mi oído, como una nota de lejana música, el eco de un suspiro. . El eco de un suspiro que conozco, formado de un aliento que he bebido, perfume de una flor que oculta crece en un claustro sombrío. . Mi adorada de un día, cariñosa, -¿En qué piensas?, me dijo: -En nada...-En nada, ¿y lloras?-Es que tengo alegre la tristeza y triste el vino. . . Como en un libro abierto leo de tus pupilas en el fondo. ¿A qué fingir el labio risas que se desmienten en los ojos? . ¡Llora! No te avergüences de confesar que me has querido un poco. ¡Llora! Nadie nos mira. Ya ves; yo soy un hombre... y también lloro. . . Yo sé un himno gigante y extraño que anuncia en la noche del alma una aurora, y estas páginas son de ese himno cadencias que el aire dilata en las sombras. . Yo quisiera escribirle, del hombre domando el rebelde mezquino idioma, con palabras que fuesen a un tiempo suspiros y risas, colores y notas. . Pero en vano es luchar; que no hay cifra capaz de encerrarle, y apenas, ¡oh!, ¡hermosa!, si teniendo en mis manos las tuyas podría al oído cantártelo a solas. . . Lo que el salvaje que con torpe mano hace de un tronco a su capricho un dios y luego ante su obra se arrodilla, eso hicimos tu y yo. . Dimos formas reales a un fantasma, de la mente ridícula invención, y hecho el ídolo ya, sacrificamos en su altar nuestro amor. . . Del salón en el ángulo oscuro, de su dueña tal vez olvidada, silenciosa y cubierta de polvo, veíase el arpa. . ¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas, como el pájaro duerme en las ramas, esperando la mano de nieve que sabe arrancarlas! . ¡Ay!, pensé; ¡cuántas veces el genio así duerme en el fondo del alma, y una voz como Lázaro espera que le diga «Levántate y anda»! . . Alguna vez la encuentro por el mundo y pasa junto a mí y pasa sonriéndose y yo digo, ¿como puede reír? . Luego asoma a mi labio otra sonrisa, máscara del dolor, y entonces pienso: Acaso ella se ríe, como me río yo . . Saeta que voladora cruza, arrojada al azar, y que no se sabe dónde temblando se clavará; . hoja que del árbol seca arrebata el vendaval, y que no hay quien diga el surco donde al polvo volverá. . Gigante ola que el viento riza y empuja en el mar y rueda y pasa y se ignora que playa buscando va. . Luz que en cercos temblorosos brilla próxima a expirar, y que no se sabe de ellos cuál el ultimo será. . Eso soy yo que al acaso cruzo el mundo sin pensar de donde vengo ni a dónde mis pasos me llevarán. . . Cuando me lo contaron sentí el frío de una hoja de acero en las entrañas, me apoyé contra el muro, y un instante la conciencia perdí de donde estaba. . Cayó sobre mi espíritu la noche, en ira y en piedad se anegó el alma, ¡Y se me revelo por qué se llora!, ¡Y comprendí una vez por qué se mata! . Pasó la nube de dolor..., con pena logré balbucear unas palabras... y ¿qué había de hacer? Era un amigo me había hecho un favor... Le di las gracias. . . Yo sé cuál el objeto de tus suspiros es. Yo conozco la causa de tu dulce secreta languidez. ¿Te ríes...? Algún día sabrás, niña, por qué: Tú lo sabes apenas y yo lo sé. . Yo sé cuando tu sueñas, y lo que en sueños ves; como en un libro puedo lo que callas en tu frente leer. ¿Te ríes...? Algún día sabrás, niña, por qué: Tú lo sabes apenas y yo lo sé. . Yo sé por qué sonríes y lloras a la vez. Yo penetro en los senos misteriosos de tu alma de mujer. ¿Te ríes...? Algún día sabrás, niña, por qué: mientras tu sientes mucho y nada sabes, yo que no siento ya, todo lo sé. . . ¡Qué hermoso es ver el día coronado de fuego levantarse, y a su beso de lumbre brillar las olas y encenderse el aire! . ¡Qué hermoso es tras la lluvia del triste otoño en la azulada tarde, de las húmedas flores el perfume beber hasta saciarse! . ¡Qué hermoso es cuando en copos la blanca nieve silenciosa cae, de las inquietas llamas ver las rojizas lenguas agitarse! . ¡Qué hermoso es cuando hay sueño dormir bien... y roncar como un sochantre... y comer... y engordar... y qué desgracia que esto solo no baste! . . ¿Cómo vive esa rosa que has prendido junto a tu corazón? Sobre un volcán hasta encontrarla ahora nunca he visto una flor. . . Hoy como ayer, mañana como hoy ¡y siempre igual! Un cielo gris, un horizonte eterno y andar..., andar. . Moviéndose a compás como una estúpida máquina el corazón; la torpe inteligencia del cerebro dormida en un rincón. . El alma, que ambiciona un paraíso, buscándole sin fe; fatiga sin objeto, ola que rueda ignorando por qué. . Voz que incesante con el mismo tono canta el mismo cantar, gota de agua monótona que cae y cae sin cesar. . Así van deslizándose los días unos de otros en pos, hoy lo mismo que ayer, probablemente mañana como hoy. . ¡Ay!, ¡a veces me acuerdo suspirando del antiguo sufrir! ¡Amargo es el dolor pero siquiera padecer es vivir! . . ¿Qué es poesía?, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. ¡Que es poesía!, Y tú me lo preguntas? Poesía... eres tú. . . Por una mirada, un mundo, por una sonrisa, un cielo, por un beso..., yo no sé que te diera por un beso. . . ¿Será verdad que cuando toca el sueño con sus dedos de rosa nuestros ojos, de la cárcel que habita huye el espíritu en vuelo presuroso? . ¿Será verdad que, huésped de las nieblas, de la brisa nocturna al tenue soplo, alado sube a la región vacía a encontrarse con otros? . ¿Y allí desnudo de la humana forma, allí los lazos terrenales rotos, breves horas habita de la idea el mundo silencioso? . ¿Y ríe y llora y aborrece y ama y guarda un rastro del dolor y el gozo, semejante al que deja cuando cruza el cielo un meteoro? . Yo no sé si ese mundo de visiones vive fuera o va dentro de nosotros: lo que sé es que conozco a muchas gentes a quienes no conozco. . . Las ropas desceñidas, desnudas las espadas, en el dintel de oro de la puerta dos ángeles velaban. . Me aproximé a los hierros que defienden la entrada, y de las dobles rejas en el fondo la vi confusa y blanca. . La vi como la imagen que en un ensueño pasa, como un rayo de luz tenue y difuso que entre tinieblas nada. . Me sentí de un ardiente deseo llena el alma; como atrae un abismo, aquel misterio hacia si me arrastraba. . Mas, ¡ay!, que de los ángeles parecían decirme las miradas: -El umbral de esta puerta sólo Dios lo traspasa. . . Cuando miro el azul horizonte perderse a lo lejos, al través de una gasa de polvo dorado e inquieto, se me antoja posible arrancarme del mísero suelo y flotar con la niebla dorada en átomos leves cual ella deshecho. . Cuando miro de noche en el fondo oscuro del cielo las estrellas temblar como ardientes pupilas de fuego, se me antoja posible a do brillan subir en un vuelo, y anegarme en su luz, y con ellas en lumbre encendido fundirme en un beso. . En el mar de la duda en que bogo ni aún sé lo que creo; sin embargo estas ansias me dicen que yo llevo algo divino aquí dentro. . . Tú eras el huracán y yo la alta torre que desafía su poder: ¡tenías que estrellarte o que abatirme! ¡No podía ser! . Tú eras el océano y yo la enhiesta roca que firme aguarda su vaivén: ¡tenías que romperte o que arrancarme! ¡No podía ser! . Hermosa tú, yo altivo: acostumbrados uno a arrollar, el otro a no ceder: la senda estrecha, inevitable el choque... ¡No podía ser! . . Besa el aura que gime blandamente las leves ondas que jugando riza; el sol besa a la nube en occidente y de púrpura y oro la matiza; la llama en derredor del tronco ardiente por besar a otra llama se desliza y hasta el sauce inclinándose a su peso al río que le besa, vuelve un beso. . . Antes que tú me moriré: escondido en las entrañas ya el hierro llevo con que abrió tu mano la ancha herida mortal. . Antes que tú me moriré: y mi espíritu, en su empeño tenaz se sentará a las puertas de la Muerte, que llames a esperar. . Con las horas los días, con los días los años volarán, y a aquella puerta llamarás al cabo... ¿Quién deja de llamar? . Entonces que tu culpa y tus despojos la tierra guardará, lavándote en las ondas de la muerte como en otro Jordán. . Allí, donde el murmullo de la vida temblando a morir va, como la ola que a la playa viene silenciosa a expirar. . Allí donde el sepulcro que se cierra abre una eternidad, todo lo que los dos hemos callado lo tenemos que hablar. . . Tu pupila es azul y cuando ríes su claridad suave me recuerda el trémulo fulgor de la mañana que en el mar se refleja. . Tu pupila es azul y cuando lloras las trasparentes lágrimas en ella se me figuran gotas de rocío sobre una violeta. . Tu pupila es azul y si en su fondo como un punto de luz radia una idea me parece en el cielo de la tarde una perdida estrella. . . Nuestra pasión fue un trágico sainete en cuya absurda fábula lo cómico y lo grave confundidos risas y llanto arrancan. . Pero fue lo peor de aquella historia que al fin de la jornada a ella tocaron lágrimas y risas y a mí, sólo las lágrimas. . . Cuando en la noche te envuelven las alas de tul del sueño y tus tendidas pestañas semejan arcos de ébano, por escuchar los latidos de tu corazón inquieto y reclinar tu dormida cabeza sobre mi pecho, ¡diera, alma mía, cuanto poseo, la luz, el aire y el pensamiento! . Cuando se clavan tus ojos en un invisible objeto y tus labios ilumina de una sonrisa el reflejo, por leer sobre tu frente el callado pensamiento que pasa como la nube del mar sobre el ancho espejo, ¡diera, alma mía, cuanto deseo, la fama, el oro, la gloria, el genio! . Cuando enmudece tu lengua y se apresura tu aliento, y tus mejillas se encienden y entornas tus ojos negros, por ver entre sus pestañas brillar con húmedo fuego la ardiente chispa que brota del volcán de los deseos, diera, alma mía, por cuanto espero, la fe, el espíritu, la tierra, el cielo. . . Yo soy la ardiente nube que en el ocaso ondea, yo soy del astro errante la luminosa estela. . Yo soy nieve en las cumbres, soy fuego en las arenas, azul onda en los mares y espuma en las riberas. . En el laúd soy nota, perfume en la violeta, fugaz llama en las tumbas y en las ruinas yedra. . Yo atrueno en el torrente y silbo en la centella y ciego en el relámpago y rujo en la tormenta. . Yo río en los alcores, susurro en la alta yerba, suspiro en la onda pura y lloro en la hoja seca. . Yo ondulo con los átomos del humo que se eleva y al cielo lento sube en espiral inmensa. . Yo en los dorados hilos que los insectos cuelgan me mezco entre los árboles en la ardorosa siesta. . Yo corro tras las ninfas que en la corriente fresca del cristalino arroyo desnudas juguetean. . Yo en bosques de corales que alfombran blancas perlas, persigo en el océano las náyades ligeras. . Yo en las cavernas cóncavas do el sol nunca penetra, mezclándome a los gnomos contemplo sus riquezas. . Yo busco de los siglos las ya borradas huellas y sé de esos imperios de que ni el nombre queda. . Yo sigo en raudo vértigo los mundos que voltean, y mi pupila abarca la creación entera. . Yo sé de esas regiones a do un rumor no llega, y donde informes astros de vida un soplo esperan. . Yo soy sobre el abismo el puente que atraviesa, yo soy la ignota escala que el cielo une a la tierra. . Yo soy el invisible anillo que sujeta el mundo de la forma al mundo de la idea. . Yo en fin soy ese espíritu, desconocida esencia, perfume misterioso de que es vaso el poeta. . Como enjambre de abejas irritadas, de un oscuro rincón de la memoria salen a perseguirme los recuerdos de las pasadas horas. . Yo los quiero ahuyentar. ¡Esfuerzo inútil! Me rodean, me acosan, y unos tras otros a clavarme vienen el agudo aguijón que el alma encona. . Es cuestión de palabras y no obstante ni tú ni yo jamas, después de lo pasado, convendremos en quién la culpa está. . ¡Lástima que el Amor un diccionario no tenga donde hallar cuando el orgullo es simplemente orgullo y cuando es dignidad! . De lo poco de vida que me resta diera con gusto los mejores años, por saber lo que a otros de mí has hablado . . Despierta tiemblo al mirarte, dormida me atrevo a verte; por eso, alma de mi alma, yo velo mientras tú duermes. . Despierta ríes y al reír tus labios inquietos me parecen relámpagos de grana que serpean sobre un cielo de nieve. . Dormida, los extremos de tu boca pliega sonrisa leve, suave como el rastro luminoso que deja un sol que muere. . ¡Duerme! . Despierta miras y al mirar, tus ojos húmedos resplandecen, como la onda azul en cuya cresta chispeando el sol hiere. . Al través de tus párpados dormida, tranquilo fulgor vierten, cual derrama de luz templado rayo lámpara transparente. . ¡Duerme! . Despierta hablas y al hablar, vibrantes tus palabras parecen lluvia de perlas que en dorada copa se derrama a torrentes. . Dormida en el murmullo de tu aliento acompasado y tenue escucho yo un poema que mi alma enamorada entiende. . ¡Duerme! . Sobre el corazón la mano me he puesto porque no suene su latido y de la noche turbe la calma solemne. . De tu balcón las persianas cerré ya porque no entre el resplandor enojoso de la aurora y te despierte. . ¡Duerme! . Como guarda el avaro su tesoro, guardaba mi dolor; le quería probar que hay algo eterno a la que eterno me juró su amor. . Mas hoy le llamo en vano y oigo al tiempo que le acabo, decir: ¡ah, barro miserable, eternamente no podrás ni aun sufrir! . . Cruza callada y son sus movimientos silenciosa armonía; suenan sus pasos y al sonar recuerdan del himno alado la cadencia rítmica. . Los ojos entreabre, aquellos ojos tan claros como el día, y la tierra y el cielo, cuanto abarcan, arden con nueva luz en sus pupilas. . Ríe, y su carcajada tiene notas del agua fugitiva; llora, y es cada lágrima un poema de ternura infinita. . Ella tiene la luz, tiene el perfume, el color y la línea, la forma engendradora de deseos, la expresión, fuente eterna de poesía. . ¿Que es estúpida? ¡Bah! Mientras callando guarde oscuro el enigma, siempre valdrá lo que yo creo que calla más que lo que cualquiera otra me diga. . . Su mano entre mis manos, sus ojos en mis ojos, la amorosa cabeza apoyada en mi hombro, Dios sabe cuántas veces con paso perezoso hemos vagado juntos bajo los altos olmos que de su casa prestan misterio y sombra al pórtico. Y ayer..., un año apenas, pasado como un soplo, con qué exquisita gracia, con que admirable aplomo, me dijo al presentarnos un amigo oficioso: «Creo que en alguna parte he visto a usted» ¡Ah, bobos, que sois de los salones comadres de buen tono y andabais allí a caza de galantes embrollos; qué historia habéis perdido, qué manjar tan sabroso para ser devorado sotto voce en un corro detrás del abanico de plumas y de oro! (...) ¡Discreta y casta luna, copudos y altos olmos, paredes de su casa, umbrales de su pórtico, callad y que el secreto no salga de vosotros! Callad; que por mi parte yo lo he olvidado todo: y ella..., ella, no hay mascara semejante a su rostro. . . ¿De dónde vengo...? El más horrible y áspero de los senderos busca, las huellas de unos pies ensangrentados sobre la roca dura, los despojos de un alma hecha jirones en las zarzas agudas, te dirán el camino que conduce a mi cuna. . ¿Adónde voy? El mas sombrío y triste de los páramos cruza, valle de eternas nieves y de eternas melancólicas brumas. En donde esté una piedra solitaria sin inscripción alguna, donde habite el olvido, allí estará mi tumba. . . De esta vida mortal y de la eterna lo que me toque, si me toca algo, por saber lo que a solas de mí has pensado. . . Cerraron sus ojos que aún tenía abiertos, taparon su cara con un blanco lienzo, y unos sollozando, otros en silencio, de la triste alcoba todos se salieron. . La luz que en un vaso ardía en el suelo, al muro arrojaba la sombra del lecho, y entre aquella sombra veíase a intérvalos dibujarse rígida la forma del cuerpo. . Despertaba el día y a su albor primero con sus mil ruidos despertaba el pueblo. Ante aquel contraste de vida y misterio, de luz y tinieblas, yo pensé un momento: . ¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos! . De la casa, en hombros, lleváronla al templo, y en una capilla dejaron el féretro. Allí rodearon sus pálidos restos de amarillas velas y de paños negros. . Al dar de las Ánimas el toque postrero, acabó una vieja sus últimos rezos, cruzó la ancha nave, las puertas gimieron y el santo recinto quedóse desierto. . De un reloj se oía compasado el péndulo y de algunos cirios el chisporroteo. Tan medroso y triste, tan oscuro y yerto todo se encontraba que pensé un momento: . ¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos! . De la alta campana la lengua de hierro le dio volteando su adiós lastimero. El luto en las ropas, amigos y deudos cruzaron en fila formando el cortejo. . Del último asilo, oscuro y estrecho, abrió la piqueta el nicho a un extremo; allí la acostaron, tapiáronle luego, y con un saludo despidióse el duelo. . La piqueta al hombro el sepulturero, cantando entre dientes, se perdió a lo lejos. La noche se entraba, el sol se había puesto: perdido en las sombras yo pensé un momento: . ¡Dios mío, que solos se quedan los muertos! . En las largas noches del helado invierno, cuando las maderas crujir hace el viento y azota los vidrios el fuerte aguacero, de la pobre niña a veces me acuerdo. . Allí cae la lluvia con un son eterno; allí la combate el soplo del cierzo. Del húmedo muro tendida en el hueco, ¡acaso de frío se hielan los huesos...! (...) ¿Vuelve el polvo al polvo? ¿Vuela el alma al cielo? ¿Todo es, sin espíritu, podredumbre y cieno? No sé; pero hay algo que explicar no puedo, algo que repugna aunque es fuerza hacerlo a dejar tan tristes, tan solos los muertos. . . Te vi un punto y flotando ante mis ojos la imagen de tus ojos se quedó, como la mancha oscura orlada en fuego que flota y ciega si se mira al sol. . Y dondequiera que la vista clavo torno a ver tus pupilas llamear; y no te encuentro a ti, no es tu mirada, unos ojos, los tuyos, nada más. . De mi alcoba en el ángulo los miro desasidos fantásticos lucir: cuando duermo los siento que se ciernen de par en par abiertos sobre mí. . Yo sé que hay fuegos fatuos que en la noche llevan al caminante a perecer: yo me siento arrastrado por tus ojos, pero adonde me arrastran no lo sé. . . Pasaba arrolladora en su hermosura y el paso le dejé; ni aun a mirarla me volví, y, no obstante, algo a mi oído murmuró: «ésa es». . ¿Quién reunió la tarde a la mañana? Lo ignoro; sólo sé que en una breve noche de verano se unieron los crepúsculos, y... «fue». . . En la imponente nave del templo bizantino, vi la gótica tumba a la indecisa luz que temblaba en los pintados vidrios. . Las manos sobre el pecho, y en las manos un libro, una mujer hermosa reposaba sobre la urna del cincel prodigio. . Del cuerpo abandonado al dulce peso hundido, cual si de blanda pluma y raso fuera se plegaba su lecho de granito. . De la sonrisa última el resplandor divino guardaba el rostro, como el cielo guarda del sol que muere el rayo fugitivo. . Del cabezal de piedra sentados en el filo, dos ángeles, el dedo sobre el labio, imponían silencio en el recinto. . No parecía muerta; de los arcos macizos parecía dormir en la penumbra y que en sueños veía el paraíso. . Me acerqué de la nave al ángulo sombrío, con el callado paso que se llega junto a la cuna donde duerme un niño. . La contemplé un momento y aquel resplandor tibio, aquel lecho de piedra que ofrecía próximo al muro otro lugar vacío, . en el alma avivaron la sed de lo infinito, el ansia de esa vida de la muerte, para la que un instante son los siglos... (...) Cansado del combate en que luchando vivo, alguna vez me acuerdo con envidia de aquel rincón oscuro y escondido. . De aquella muda y pálida mujer me acuerdo y digo: ¡Oh, qué amor tan callado el de la muerte! ¡Qué sueño el del sepulcro tan tranquilo! . . ¿A qué me lo decís? Lo sé: es mudable, es altanera y vana y caprichosa: antes que el sentimiento de su alma brotara el agua de la estéril roca. . Sé que en su corazón, nido de sierpes, no hay una fibra que al amor responda; que es una estatua inanimada...; pero... ¡es tan hermosa! . . No dormía; vagaba en ese limbo en que cambian de forma los objetos, misteriosos espacios que separan la vigilia del sueño. . Las ideas que en ronda silenciosa daban vueltas en torno a mi cerebro, poco a poco en su danza se movían con un compás más lento. . De la luz que entra al alma por los ojos los párpados velaban el reflejo; pero otra luz el mundo de visiones alumbraba por dentro. . En este punto resonó en mi oído un rumor semejante al que en el templo vaga confuso al terminar los fieles con un amén sus rezos. . Y oí como una voz delgada y triste que por mi nombre me llamo a lo lejos, y sentí olor de cirios apagados, de humedad y de incienso. (...) Pasó la noche y del olvido en brazos caí cual piedra en su profundo seno. No obstante al despertar exclamé: « ¡Alguien que yo quería ha muerto!» . . Me ha herido recatándose en las sombras, sellando con un beso su traición. Los brazos me echó al cuello y por la espalda me partió a sangre fría el corazón. . Y ella impávida sigue su camino, feliz, risueña, impávida, ¿y por qué? Porque no brota sangre de la herida... Porque el muerto esta en pie. . . ¡No me admiró tu olvido! Aunque de un día me admiró tu cariño mucho más, porque lo que hay en mí que vale algo, eso..., ni lo pudistes sospechar. . . Porque son, niña, tus ojos verdes como el mar te quejas; verdes los tienen las náyades, verdes los tuvo Minerva, y verdes son las pupilas de las hurís del Profeta. . El verde es gala y ornato del bosque en la primavera. Entre sus siete colores brillante el iris lo ostenta. Las esmeraldas son verdes, verde el color del que espera y las ondas del océano y el laurel de los poetas. . Es tu mejilla temprana rosa de escarcha cubierta, en que el carmín de los pétalos se ve al través de las perlas. Y sin embargo, sé que te quejas, porque tus ojos crees que la afean: pues no lo creas. Que parecen tus pupilas, húmedas, verdes e inquietas, tempranas hojas de almendro que al soplo del aire tiemblan. . Es tu boca de rubíes purpúrea granada abierta que en el estío convida a apagar la sed con ella. Y sin embargo, sé que te quejas porque tus ojos crees que la afean: pues no lo creas. Que parecen, si enojada tus pupilas centellean, las olas del mar que rompen en las cantábricas peñas. . Es tu frente que corona crespo el oro en ancha trenza, nevada cumbre en que el día su postrera luz refleja. Y sin embargo, sé que te quejas porque tus ojos crees que la afean: pues no lo creas. Que, entre las rubias pestañas, junto a las sienes, semejan broches de esmeralda y oro que un blanco armiño sujetan. . Porque son, niña, tus ojos verdes como el mar te quejas; quizás si negros o azules se tornasen lo sintieras. . . Este armazón de huesos y pellejo de pasear una cabeza loca cansado se halla al fin y no lo extraño porque, aunque es la verdad que no soy viejo, . de la parte de vida que me toca en la vida del mundo, por mi daño he hecho un uso tal, que juraría que he condensado un siglo en cada día. . Así, aunque ahora muriera, no podría decir que no he vivido; que el sayo, al parecer nuevo por fuera, conozco que por dentro ha envejecido. . Ha envejecido, sí; ¡pese a mi estrella!, harto lo dice ya mi afán doliente; que hay dolor que al pasar su horrible huella graba en el corazón, si no en la frente. . . Dos rojas lenguas de fuego que a un mismo tronco enlazadas se aproximan, y al besarse forman una sola llama. . Dos notas que del laúd a un tiempo la mano arranca, y en el espacio se encuentran y armoniosas se abrazan. . Dos olas que vienen juntas a morir sobre una playa y que al romper se coronan con un penacho de plata. . Dos jirones de vapor que del lago se levantan, y al reunirse en el cielo forman una nube blanca. . Dos ideas que al par brotan, dos besos que a un tiempo estallan, dos ecos que se confunden, eso son nuestras dos almas. . . Dejé la luz a un lado y en el borde de la revuelta cama me senté, mudo, sombrío, la pupila inmóvil clavada en la pared. . ¿Qué tiempo estuve así? No sé: al dejarme la embriaguez horrible de dolor, expiraba la luz y en mis balcones reía el sol. . Ni sé tampoco en tan terribles horas en qué pensaba o que pasó por mí; solo recuerdo que lloré y maldije, y que en aquella noche envejecí. . . Olas gigantes que os rompéis bramando en las playas desiertas y remotas, envuelto entre la sábana de espumas, ¡llevadme con vosotras! Ráfagas de huracán que arrebatáis del alto bosque las marchitas hojas, arrastrado en el ciego torbellino, ¡llevadme con vosotras! Nubes de tempestad que rompe el rayo y en fuego encienden las sangrientas orlas, arrebatado entre la niebla oscura, ¡llevadme con vosotras! Llevadme por piedad a donde el vértigo con la razón me arranque la memoria. ¡Por piedad!, ¡tengo miedo de quedarme con mi dolor a solas! Cuando volvemos las fugaces horas del pasado a evocar, temblando brilla en sus pestañas negras una lágrima pronta a resbalar. Y al fin resbala y cae como gota de rocío al pensar que cual hoy por ayer, por hoy mañana volveremos los dos a suspirar. Sabe si alguna vez tus labios rojos quema invisible atmósfera abrasada, que el alma que hablar puede con los ojos también puede besar con la mirada. Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar, y otra vez con el ala a sus cristales jugando llamarán. Pero aquellas que el vuelo refrenaban tu hermosura y mi dicha a contemplar, aquellas que aprendieron nuestros nombres.... ésas... ¡no volverán! Volverán las tupidas madreselvas de tu jardín las tapias a escalar y otra vez a la tarde aún más hermosas sus flores se abrirán. Pero aquellas cuajadas de rocío cuyas gotas mirábamos temblar y caer como lágrimas del día.... ésas... ¡no volverán! Volverán del amor en tus oídos las palabras ardientes a sonar, tu corazón de su profundo sueño tal vez despertará. Pero mudo y absorto y de rodillas como se adora a Dios ante su altar, como yo te he querido..., desengáñate, así... ¡no te querrán! No digáis que agotado su tesoro, de asuntos falta, enmudeció la lira; podrá no haber poetas; pero siempre habrá poesía. Mientras las ondas de la luz al beso palpiten encendidas, mientras el sol las desgarradas nubes de fuego y oro vista, mientras el aire en su regazo lleve perfumes y armonías, mientras haya en el mundo primavera, ¡habrá poesía! Mientras la humana ciencia no descubra las fuentes de la vida, y en el mar o en el cielo haya un abismo que al cálculo resista, mientras la humanidad siempre avanzando no sepa a do camina, mientras haya un misterio para el hombre, ¡habrá poesía! Mientras se sienta que se ríe el alma, sin que los labios rían; mientras se llore, sin que el llanto acuda a nublar la pupila; mientras el corazón y la cabeza batallando prosigan, mientras haya esperanzas y recuerdos, ¡habrá poesía! Mientras haya unos ojos que reflejen los ojos que los miran, mientras responda el labio suspirando al labio que suspira, mientras sentirse puedan en un beso dos almas confundidas, mientras exista una mujer hermosa, ¡habrá poesía! Asomaba a sus ojos una lágrima y a mi labio una frase de perdón; habló el orgullo y se enjugo su llanto y la frase en mis labios expiró. Yo voy por un camino: ella, por otro; pero al pensar en nuestro mutuo amor, yo digo aún, ¿por qué callé aquel día? Y ella dirá, ,¿por qué no lloré yo? Mi vida es un erial, flor que toco se deshoja; que en mi camino fatal alguien va sembrando el mal para que yo lo recoja. Sacudimiento extraño que agita las ideas como huracán que empuja las olas en tropel. Murmullo que en el alma se eleva y va creciendo como volcán que sordo anuncia que va a arder. Deformes siluetas de seres imposibles, paisajes que aparecen como al través de un tul. Colores que fundiéndose remedan en el aire los átomos del iris que nadan en la luz. Ideas sin palabras, palabras sin sentido; cadencias que no tienen ni ritmo ni compás. Memorias y deseos de cosas que no existen; accesos de alegría, impulsos de llorar. Actividad nerviosa que no halla en qué emplearse; sin riendas que le guíen caballo volador. Locura que el espíritu exalta y desfallece; embriaguez divina del genio creador. Tal es la inspiración. Gigante voz que el caos ordena en el cerebro y entre las sombras hace la luz aparecer, brillante rienda de oro que poderosa enfrena de la exaltada mente el volador corcel. Hilo de luz que en haces los pensamientos ata, sol que las nubes rompe y toca en el cenit. Inteligente mano que en un collar de perlas consigue las indóciles palabras reunir. Armonioso ritmo que con cadencia y número las fugitivas notas encierra en el compás. Cincel que el bloque muerde la estatua modelando, y la belleza plástica añade a la ideal. Atmósfera en que giran con orden las ideas, cual átomos que agrupa recóndita atracción. Raudal en cuyas ondas su sed la fiebre apaga, descanso en que el espíritu recobra su vigor. Tal es nuestra razón. Con ambas siempre en lucha y de ambas vencedor, tan solo al genio es dado a un yugo atar las dos. Si al mecer las azules campanillas de tu balcón crees que suspirando pasa el viento murmurador, sabe que oculto entre las verdes hojas suspiro yo. Si al resonar confuso a tus espaldas vago rumor, crees que por tu nombre te ha llamado lejana voz, sabe que entre las sombras que te cercan te llamo yo. Si se turba medroso en la alta noche tu corazón, al sentir en tus labios un aliento abrasador, sabe que, aunque invisible, al lado tuyo respiro yo. Dices que tienes corazón, y sólo lo dices porque sientes sus latidos; eso no es corazón..., es una máquina que al compás que se mueve hace ruido. Al ver mis horas de fiebre e insomnio lentas pasar, a la orilla de mi lecho, ¡quién se sentará? Cuando la trémula mano tienda próximo a expirar buscando una mano amiga, ¿quién la estrechará? Cuando la muerte vidrie de mis ojos el cristal, mis párpados aún abiertos, ¿quién los cerrará? Cuando la campana suene (si suena en mi funeral), una oración al oírla, ¿quién murmurará? Cuando mis pálidos restos oprima la tierra ya, sobre la olvidada fosa. ¿Quién vendar a llorar? ¿Quién en fin al otro día, cuando el sol vuelva a brillar, de que pasé por el mundo, ¿quién se acordará? Los invisibles átomos del aire en derredor palpitan y se inflaman, el cielo se deshace en rayos de oro, la tierra se estremece alborozada. Oigo flotando en olas de armonías rumor de besos y batir de alas; mis párpados se cierran... ¿Qué sucede? ¿Dime...? ¡Silencio! ¡Es el amor que pasa! Llegó la noche y no encontré un asilo, ¡y tuve sed...!, mis lágrimas bebí; ¡y tuve hambre! ¡Los hinchados ojos cerré para morir! ¿Estaba en un desierto? Aunque a mi oído de las turbas llegaba el ronco hervir, yo era huérfano y pobre... ¡El mundo estaba desierto... para mí! Fingiendo realidades con sombra vana, delante del Deseo va la Esperanza. Y sus mentiras como el Fénix renacen de sus cenizas. Al brillar un relámpago nacemos y aún dura su fulgor cuando morimos; tan corto es el vivir. La Gloria y el Amor tras que corremos sombras de un sueño son que perseguimos; despertar es morir. Hoy la tierra y los cielos me sonríen, hoy llega al fondo de mi alma el sol, hoy la he visto..., la he visto y me ha mirado.... ¡hoy creo en Dios! -Yo soy ardiente, yo soy morena, yo soy el símbolo de la pasión, de ansia de goces mi alma está llena. ¿A mí me buscas? -No es a ti; no. -Mi frente es pálida, mis trenzas de oro, puedo brindarte dichas sin fin. Yo de ternura guardo un tesoro. ¿A mí me llamas? -No; no es a ti. -Yo soy un sueño, un imposible, vano fantasma de niebla y luz; soy incorpórea, soy intangible: No puedo amarte. -¡Oh, ven; ven tú! Cuando sobre el pecho inclinas la melancólica frente una azucena tronchada me pareces. Porque al darte la pureza de que es símbolo celeste, como a ella te hizo Dios de oro y nieve. La bocca mi bacció tutto tremante Sobre la falda tenía el libro abierto, en mi mejilla tocaban sus rizos negros: no veíamos las letras ninguno, creo, y, sin embargo, guardábamos hondo silencio. ¿Cuánto duró? Ni aun entonces pude saberlo. Sólo se que no se oía más que el aliento, que apresurado escapaba del labio seco. Sólo sé que nos volvimos los dos a un tiempo y nuestros ojos se hallaron y sonó un beso. (...) Creación de Dante era el libro, era su Infierno. Cuando a él bajamos los ojos yo dije trémulo: ¿Comprendes ya que un poema cabe en un verso? Y ella respondió encendida: ¡Ya lo comprendo! Si de nuestros agravios en un libro se escribiese la historia y se borrase en nuestras almas cuanto se borrase en sus hojas; te quiero tanto aún; dejó en mi pecho tu amor huellas tan hondas, que sólo con que tú borrases una ¡las borraba yo todas! Una mujer me ha envenenado el alma, otra mujer me ha envenenado el cuerpo; ninguna de las dos vino a buscarme, yo de ninguna de las dos me quejo. Como el mundo es redondo, el mundo rueda. Si mañana, rodando, este veneno envenena a su vez, ¿por qué acusarme? ¿Puedo dar mas de lo que a mí me dieron? Primero es un albor trémulo y vago, raya de inquieta luz que corta el mar; luego chispea y crece y se difunde en gigante explosión de claridad. La brilladora lumbre es la alegría; la temerosa sombra es el pesar: ¡Ay!, en la oscura noche de mi alma, ¿cuándo amanecerá? Como la brisa que la sangre orea sobre el oscuro campo de batalla, cargada de perfumes y armonías en el silencio de la noche vaga. Símbolo del dolor y la ternura, del bardo inglés en el horrible drama la dulce Ofelia, la razón perdida, cogiendo flores y cantando pasa. Cuando entre la sombra oscura perdida una voz murmura turbando su triste calma, si en el fondo de mi alma la oigo dulce resonar, dime: ¿es que el viento en sus giros se queja, o que tus suspiros me hablan de amor al pasar? Cuando el sol en mi ventana rojo brilla a la mañana y mi amor tu sombra evoca, si en mi boca de otra boca sentir creo la impresión, dime: ¿es que ciego deliro, o que un beso en un suspiro me envía tu corazón? Y en el luminoso día y en la alta noche sombría, si en todo cuanto rodea al alma que te desea te creo sentir y ver, dime: ¿es que toco y respiro soñando, o que en un suspiro me das tu aliento a beber? ¡Cuántas veces al pie de las musgosas paredes que la guardan oí la esquila que al mediar la noche a los maitines llama! ¡Cuántas veces trazo mi silueta la luna plateada, junto a la del ciprés que de su huerto se asoma por las tapias! Cuando en sombras la iglesia se envolvía, de su ojiva calada, ¡cuántas veces temblar sobre los vidrios vi el fulgor de la lámpara! Aunque el viento en los ángulos oscuros de la torre silbara, del coro entre las voces percibía su voz vibrante y clara. En las noches de invierno, si un medroso por la desierta plaza se atrevía a cruzar, al divisarme, el paso aceleraba. Y no faltó una vieja que en el torno dijese a la mañana que de algún sacristán muerto en pecado era yo el alma. A oscuras conocía los rincones del atrio y la portada; de mis pies las ortigas que allí crecen las huellas tal vez guardan. Los búhos, que espantados me seguían con sus ojos de llamas, llegaron a mirarme con el tiempo como a un buen camarada. A mi lado sin miedo los reptiles se movían a rastras; ¡hasta los mudos santos de granito creo que me saludaban! Cendal flotante de leve bruma, rizada cinta de blanca espuma, rumor sonoro de arpa de oro, beso del aura, onda de luz, eso eres tú. Tú, sombra aérea, que cuantas veces voy a tocarte te desvaneces. Como la llama, como el sonido, como la niebla, como el gemido del lago azul. En mar sin playas onda sonante, en el vacío cometa errante, largo lamento del ronco viento, ansia perpetua de algo mejor, eso soy yo. ¡Yo, que a tus ojos en mi agonía los ojos vuelvo de noche y día; yo, que incansable corro y demente tras una sombra, tras la hija ardiente de una visión! No sé lo que he soñado en la noche pasada. Triste, muy triste debió ser el sueño pues despierto, la angustia me duraba. Noté al incorporarme húmeda la almohada y por primera vez sentí, al notarlo, de un amargo placer henchirse el alma. Triste cosa es el sueño que llanto nos arranca, mas tengo en mi tristeza una alegría... ¡Sé que aún me quedan lágrimas!
por Galadriel Noldor