Dos factores inciden en la construcción de la autoestima:
Siempre hay un modo de ver el aspecto positivo incluso en lo que pueda parecer a simple vista un fracaso. En efecto, siempre hay algo que aprender de los errores, o por otra parte, siempre podría haber sucedido algo peor. Cuando el fracaso se mira como parte de un ciclo de aciertos y desaciertos, la mirada en perspectiva puede llevarnos a valorar el aprendizaje y hacer de la situación algo positivo.
Cuando la autoestima es baja, incluso resulta difícil enfrentar el éxito. Por ejemplo, podemos temer que el éxito sea pasajero y éste temor hasta nos impida disfrutarlo. O quizá pongamos demasiado énfasis en los aspectos negativos del éxito (que siempre los hay) o que incluso nos dejemos llevar por una euforia precipitada que solo consiga desequilibrarnos. El éxito y el fracaso deberían vivirse con serenidad como parte de un ciclo más amplio en donde errores y aciertos se suceden permitiéndonos aprender y realizarnos.
De esta forma, si logramos desarrollar miradas positivas frente a lo que nos sucede, tendremos más oportunidades de alcanzar una vida plena a través de una vida emocional más equilibrada.
La baja autoestima, genera sin más, un desequilibrio emocional con tendencia a la depresión: O bien nos exigimos innecesariamente y hasta improductivamente por temor a las críticas o nos paralizamos ante la duda por temor al error. En cambio, si logramos mantener nuestra autoestima en un nivel elevado, una mayor lucidez caracteriza a las ideas generadas por la conciencia: la opinión del otro se vuelve relativa, el riesgo de ser manipulados disminuye, el presente es más importante que el pasado o el futuro y se alcanza la convicción de que las dificultades pueden enfrentarse y resolverse instrumentando los recursos adecuados.